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.Yasabes, Ricardo, que es mi amo el cad� desta ciudad (que es lomismo que ser su obispo).Sabes tambi�n lo mucho que vale y lomucho que con �l puedo.Juntamente con esto, no ignoras el deseoencendido que tengo de no morir en este estado que parece queprofeso, pues, cuando m�s no pueda, tengo de confesar y publicara voces la fe de Jesucristo, de quien me apartó mi poca edad ymenos entendimiento, puesto que s� que tal confesión me ha decostar la vida; que, a trueco de no perder la del alma, dar� por bienempleado perder la del cuerpo.De todo lo dicho quiero que infierasy que consideres que te puede ser de alg�n provecho mi amistad, yque, para saber qu� remedios o alivios puede tener tu desdicha, esmenester que me la cuentes, como ha menester el m�dico larelación del enfermo, asegur�ndote que la depositar� en lo m�sescondido del silencio. 3A todas estas razones estuvo callando Ricardo; y, vi�ndoseobligado dellas y de la necesidad, le respondió con �stas:-Si as� como has acertado, �oh amigo Mahamut! -que as� se llamabael turco-, en lo que de mi desdicha imaginas, acertaras en suremedio, tuviera por bien perdida mi libertad, y no trocara midesgracia con la mayor ventura que imaginarse pudiera; mas yo s�que ella es tal, que todo el mundo podr� saber bien la causa dedonde procede, mas no habr� en �l persona que se atreva, no sóloa hallarle remedio, pero ni aun alivio.Y, para que quedes satisfechodesta verdad, te la contar� en las menos razones que pudiere.Pero, antes que entre en el confuso laberinto de mis males, quieroque me digas qu� es la causa que Haz�n Baj�, mi amo, ha hechoplantar en esta campa�a estas tiendas y pabellones antes de entraren Nicosia, donde viene prove�do por virrey, o por baj�, como losturcos llaman a los virreyes.-Yo te satisfar� brevemente -respondió Mahamut-; y as�, has desaber que es costumbre entre los turcos que los que van porvirreyes de alguna provincia no entran en la ciudad donde suantecesor habita hasta que �l salga della y deje hacer libremente alque viene la residencia; y, en tanto que el baj� nuevo la hace, elantiguo se est� en la campa�a esperando lo que resulta de suscargos, los cuales se le hacen sin que �l pueda intervenir a valersede sobornos ni amistades, si ya primero no lo ha hecho.Hecha,pues, la residencia, se la dan al que deja el cargo en un pergaminocerrado y sellado, y con ella se presenta a la Puerta del Gran Se�or,que es como decir en la Corte, ante el Gran Consejo del Turco; lacual vista por el visir-baj�, y por los otros cuatro bajaes menores,como si dij�semos ante el presidente del Real Consejo y oidores, ole premian o le castigan, seg�n la relación de la residencia; puestoque si viene culpado, con dineros rescata y escusa el castigo; si noviene culpado y no le premian, como sucede de ordinario, cond�divas y presentes alcanza el cargo que m�s se le antoja, porqueno se dan all� los cargos y oficios por merecimientos, sino pordineros: todo se vende y todo se compra.Los proveedores de loscargos roban los prove�dos en ellos y los desuellan; deste oficiocomprado sale la sustancia para comprar otro que m�s gananciapromete.Todo va como digo, todo este imperio es violento, se�alque promet�a no ser durable; pero, a lo que yo creo, y as� debe deser verdad, le tienen sobre sus hombros nuestros pecados; quierodecir los de aquellos que descaradamente y a rienda suelta ofendena Dios, como yo hago: ��l se acuerde de m� por quien �l es! Por la 4causa que he dicho, pues, tu amo, Haz�n Baj�, ha estado en estacampa�a cuatro d�as, y si el de Nicosia no ha salido, como deb�a,ha sido por haber estado muy malo; pero ya est� mejor y saldr� hoyo ma�ana, sin duda alguna, y se ha de alojar en unas tiendas queest�n detr�s deste recuesto, que t� no has visto, y tu amo entrar�luego en la ciudad.Y esto es lo que hay que saber de lo que mepreguntaste.-Escucha, pues -dijo Ricardo-; mas no s� si podr� cumplir lo queantes dije, que en breves razones te contar�a mi desventura, por serella tan larga y desmedida, que no se puede medir con razónalguna; con todo esto, har� lo que pudiere y lo que el tiempo dierelugar.Y as�, te pregunto primero si conoces en nuestro lugar deTr�pana una doncella a quien la fama daba nombre de la m�shermosa mujer que hab�a en toda Sicilia.Una doncella, digo, porquien dec�an todas las curiosas lenguas, y afirmaban los m�s rarosentendimientos, que era la de m�s perfecta hermosura que tuvo laedad pasada, tiene la presente y espera tener la que est� por venir;una por quien los poetas cantaban que ten�a los cabellos de oro, yque eran sus ojos dos resplandecientes soles, y sus mejillaspurp�reas rosas, sus dientes perlas, sus labios rub�es, su gargantaalabastro; y que sus partes con el todo, y el todo con sus partes,hac�an una maravillosa y concertada armon�a, esparciendonaturaleza sobre todo una suavidad de colores tan natural yperfecta, que jam�s pudo la envidia hallar cosa en que ponerletacha [ Pobierz całość w formacie PDF ]

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