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.La verdad es que, como en las demás cosas, en ésta hayque mirar el tiempo y el modo y con quién se habla, porque a veces sucede que, creyendo alguna mujer o algún ho mbre conalguna frasécula aguda hacer sonrojar a otro, no habiendo bien medido sus fuerzas con las de quien sea, aquel rubor que sobreotro ha querido arrojar contra sí mismo lo ha sentido volverse.Por lo cual, para que sepáis guardaros y para que no se os pueda aplicar a vosotras aquel proverbio que comúnmente sedice por todas partes de que las mujeres en todo cogen lo peor siempre, esta última novela de las de hoy, que me toca decir,quiero que os adiestre, para que así como en nobleza de ánimo estáis separadas de las demás, así también por la excelencia delas maneras separadas de las demás os mostréis.No han pasado todavía muchos años desde que en Bolonia hubo un grandísimo médico y de clara fama en todo el mundo,y tal vez vive todavía, cuyo nombre fue maestro Alberto; el cual, siendo ya viejo de cerca de setenta años, tanta fue la nobleza Comment: Alberto Zancari, que fuemédico famoso y profesor de lade su espíritu que, habiéndosele ya del cuerpo partido casi todo el calor natural, no se rehusó a recibir las amorosas llamasUniversidad de Bolonia en la primerahabiendo visto en una fiesta a una bellísima señora viuda llamada, según dicen algunos, doña Malgherida de los Ghisolieri; ymitad del siglo XIV.El título de maestro,agradándole sobremanera, no de otro modo que un jovencillo las recibió en su maduro pecho, hasta tal punto que no le parecíaque en general correspondía a todosbien descansar de noche si el día anterior no hubiese visto el hermoso y delicado rostro de la bella señora.Y por ello, empezó acuantos dominaban cualquier arte, liberalo servil, se adjudicaba especialmente afrecuentar, a pie o a caballo según lo que más a mano le venía, la calle donde estaba la casa de esta señora.los médicos.Por lo cual, ella y muchas otras señoras se apercibieron de la razón de su pasar y muchas veces hicieron bromas entre ellasal ver a un hombre tan viejo, de años y de juicio, enamorado, como si creyeran que esta pasión tan placentera del amorsolamente en los necios ánimos de los jóvenes y no en otra parte entrasey permaneciese.Por lo que, continuando el pasar delmaestro Alberto, sucedió que un día de fiesta, estando esta señora con otras muchas señoras sentada delante de su puerta, yhabiendo visto de lejos venir al maestro Alberto hacia ellas, todas con ella se propusieron recibirlo y honrarle y luego gastarlebromas por este su enamoramiento; y así lo hicieron.Por lo que, levantándose todas e invitado él, le condujeron a un fresco patio donde mandaron traer finísimos vinos ydulces; y al final, con palabras ingeniosas y corteses le preguntaron cómo podía ser aquello de estar él enamorado de estahermosa señora sabiendo que era amada de muchos hermosos, nobles y corteses jóvenes.El maestro, sintiéndose gentilmente embromado, puso alegre gesto y respondió:-Señora, que yo ame no debe maravillar a ningún sabio, y especialmente a vos, porque os lo merecéis.Y aunque a loshombres viejos les haya quitado la naturaleza las fuerzas que se requieren para los ejercicios amorosos, no les ha quitado labuena voluntad ni el conocer lo que deba ser amado, sino que naturalmente lo conocen mejor porque tienen más conocimientoque los jóvenes.La esperanza que me mueve a amaros, yo viejo a vos amada de muchos jóvenes, es ésta: muchas veces heestado en sitios donde he visto a las mujeres merendando y comiendo altramuces y puerros; y aunque en los puerros nada esbueno, es menos malo y más agradable a la boca la cabeza, pero vosotras, generalmente guiadas por equivocado gusto, osquedáis con la cabeza en la mano y os coméis las hojas, que no sólo no valen nada sino que son de mal sabor.¿Y qué sé yo,señora, si al elegir los amantes no hacéis lo mismo? Y si lo hicieseis, yo sería el que sería elegido por vos, y los otrosdespedidos
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